XIX
y XX: La Latinoamérica de los llamados a ser y a hacer
«Si
buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo» Albert Einstein.
«La
realidad es un desafío. No estamos condenados a elegir entre lo mismo y lo
mismo» Eduardo Galeano
En
mi primera clase de Historia de América Latina del siglo XIX la docente pidió a
sus estudiantes definir a América Latina en tres palabras, así que tres
palabras ¿Saqueada? ¿Robada? ¿Extorsionada? ¿Masacrada? ¿Violentada? ¿Manipulada?
¿Olvidada? ¿Comprada? ¿Vendida? ¿Bella? Ó quizá, una frase «Un pueblo sin
piernas pero que camina» (Calle 13 en Latinoamérica, 2011).
Cuando
se define a América Latina, cuando se habla de sus historias y de sus procesos
¿Exactamente de que se habla? ¿Quién o quiénes lo han permitido? ¿De quienes
son los nombres en la historia? ¿Quiénes son los idóneos, ya sea por su
conocimiento, por su carisma o por su poder de generar terror y miedo, para
gobernar, para dirigir, para ser gestores del progreso y del orden? ¿Quiénes
son los llamados a ser y a hacer? ¿Cómo deben asegurar seguir siéndolo a
expensas de todo y todos? Y ¿Qué ocurre
con ese todos, ese pueblo y esos nombres que no aparecen en la historia ya sea
porque no quisieron/pudieron o simplemente porque los desaparecieron?
El
objetivo de este ensayo es evidenciar a grandes rasgos la Latinoamérica de los
llamados a ser y a hacer. Para ello se expondrá la historia de cinco casos, el
proyecto nación criollo del siglo XIX, las dictaduras, el populismo y las
izquierdas del siglo XX, y por supuesto, las intervenciones del más grande de
todos los llamados, Estados Unidos. Si bien, estas historias con frecuencia se
entrelazan, se tratarán separadas con fines metodológicos.
Después
de la, dudosa, independencia de la naciones latinoamericanas en el siglo XIX la
consolidación política estuvo a cargo de los criollos, que a su vez eran la élite
dominante, estos legitimaban su accionar en el discurso positivista y racial.
En este discurso, los criollos eran los idóneos para gobernar, puesto que aquel
que tiene el dominio de la ciencia y el conocimiento es el único que puede
curar los males de un pueblo enfermo
(Charles, H., 1990). Los criollos eran competentes para llevar a las nuevas
naciones al desarrollo, a la civilización, al mercado internacional. Por ello, se exportaba materia prima, se
buscaba atraer la inversión extranjera para el desarrollo, es decir,
infraestructura, ferrocarriles y arquitectura, todo esto con el fin de atraer
más inversión. También, se crearon constituciones que buscaban simbólicamente
representar las nuevas, libres y civilizadas naciones, sin embargo, «no era un
concepto que anidaba en las masas campesinas ni en la sociedad rural» (Gros
Espiell, H., Pág. 454, 2003).
En este mismo contexto decimonónico,
existían otros llamados a ser y a hacer. Los caudillos cumplen roles
importantes en las dinámicas sociales pero son motivados por sus aspiraciones
personales de ascensión social. El arte también quedó sesgado puesto que solo
aquellos que podían viajar a Europa a estudiar podían representar adecuadamente
temas como progreso, patriotismo y civilización.
Desde
el siglo XIX, Estados Unidos tuvo intervención en diferentes procesos latinoamericanos,
pero es en el siglo XX que esta intervención se agudiza con el discurso de ser
la nación llamada a proteger la paz, la soberanía y la democracia. Un ejemplo,
es el tercer artículo de la Enmienda Platt, en la cual Cuba permite la
intervención militar estadounidense «para la
conservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un Gobierno
adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual y para
cumplir las obligaciones que, con respecto a Cuba, han sido impuestas a los
EE.UU.» (Ecured., s.f). Estados Unidos también tenía ese derecho en
otras naciones latinoamericanas, en especial en Centroamérica.
Después de la Gran
Guerra y la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ocupó el lugar hegemónico de
Gran Bretaña. Buscó el dominio de su «patio trasero» con políticas como la
Doctrina Monroe y posteriormente la Buena vecindad. Es importante tener buenos
vecinos, como lo dice Franklin D.
Roosevelt, para «prestar ayuda conjunta a
cualquiera de las hermanas repúblicas presa de pasajera calamidad», sobre todo en un escenario bélico mundial como el
que se presentaba.
Durante todo el siglo XX se
presentan múltiples intervenciones justificadas
de Estados Unidos a otras naciones, por ejemplo, cuando acusa a Venezuela, Ecuador y Bolivia de refugiar
terroristas, de entorpecer la lucha contra las drogas y de oponerse a la libre
empresa (Anderson, R, 1997).
El dominio que buscaba
Estados Unidos en Latinoamérica era tal, que gustaba de ayudar y financiar a
dictadores para que estos accedieran al poder, puesto que nada mejor que un
títere disfrazado de gobernante para respaldar los intereses de la gran nación.
Dictadores, otros llamados a
ser y a hacer que acceden al poder generalmente con golpes militares.
Dictaduras como la de Gerardo Machado y Fulgencio Batista en Cuba a inicios de
siglo XX justificaban su accionar en el discurso de ser los encargados de
recobrar y mantener el orden. Por
supuesto que para mantener el orden era necesario controlar la oposición con lo
cual se recurre a la opresión, represión, desaparición y el asesinato. Es el
accionar dictatorial legítimo debido al miedo y el temor que logran ejercer en
la población. Ejemplo de esto es el caso
Chileno con la dictadura de Augusto Pinochet en 1973, él es el llamado a
recuperar la economía chilena del mal manejo que daba su antecesor Salvador
Allende, como si históricamente la economía chilena no fuese fuerte debido a
los nitratos. Claramente, Pinochet debía recuperar el «modelo individualista, competitivo basado en el
culto del mercado y en la abolición de las conquistas sociales que habían
obtenido los pobres de Chile» (Vega, R., Pág. 458, 2015).
Otro de los llamados a ser y a hacer son
los populistas, surgen en dos periodos, el primero en 1930 y 1940 y el segundo en
1990 bajo el término «neopopulismo». Los populistas, o en su
defecto neopopulistas, son los llamados a recuperar y representar los intereses
del pueblo. Son los encargados de
resolver los problemas económicos, políticos y sociales de las naciones, es decir, responder a la crisis de
representatividad de los gobernantes de élite tradicional, recuperar la
economía de la crisis económica producida por la Gran Depresión, combatir el
desempleo y las desigualdades sociales de la clase menos favorecida, la cual
predominaba. Por ello adoptaron ideas
democráticas, antiimperialistas y nacionales, por supuesto esto en la teoría,
en el discurso. Su accionar lo legitimó su carisma, su personalidad y su
discurso vibrante. Lograron cooptar a las masas, al pueblo con una autentica
demagogia. Sin embargo, después de acceder al poder, con el paso del tiempo
adquieren rasgos autoritarios, corruptos y modifican las constituciones para
que no sean juzgados por dichos actos. «Los populistas, entregados
en un principio al pueblo, se configuraban ahora como reyes tiranos que
protagonizaban la concentración de poderes gubernamentales, el fomento de la
reducción de la descentralización de la autonomía para tomar decisiones
estatales y finalmente, la consecución de regímenes hiperpresidencialistas»
(Catillo, N., Pág. 2, 2015). Ejemplos de los llamados a ser y a hacer
populistas son Alberto Fujimori en Perú, Hugo Chávez en Venezuela; y
neopopulistas como, Álvaro Uribe Vélez en Colombia, Carlos Ibáñez del Campo en
Chile y Juan Domingo Perón en Argentina.
Con
respecto a las historias de izquierdas, también hay diferentes llamados a ser y
a hacer la revolución «La idea de progreso, de leyes que gobiernan el
desarrollo social, de la necesidad de una elite ilustrada, eran conceptos que
podían trasladarse con facilidad del positivismo del siglo XIX al comunismo del
XX. Tanto en el positivismo como en el comunismo se encomendaba a una elite
ilustrada el papel decisivo por ser el grupo más capacitado para interpretar
las leyes del progreso histórico» (Angell, A., Pág.
78, 1997). Las izquierdas a pesar de tener objetivos comunes y sociales no
tuvieron éxito y no lograron cooptar a las masas por dos razones. La primera,
se encontraban divididas. Existían opiniones opuestas en cuanto al fin y al
medio para hacer la revolución, es decir, cual era la forma adecuada, la vía
pacifica o la vía armada. Los diferentes
llamados a ser y a hacer la revolución luchaban internamente por defender una
posición que a su entender era la idónea, y esta lucha interna importó más que
la propia idea de cambio social. La segunda, no tenían bases solidas. Sus
bases, los trabajadores, representaban solo una pequeña parte de la población que
en su mayoría era campesina. No eran representantitos de la base popular «Se
les consideraba demasiado europeos, demasiado intelectuales y demasiado de
clase media» (Angell, A., Pág. 81, 1997).
Sin embargo, es importante no olvidar que en estas izquierdas
muchos hombres y mujeres normales, estudiantes, campesinos, obreros, creyeron y
lucharon por valores como igualdad, justicia y libertad. Lucharon por escribir
otra historia, por otra idea diferente de Latinoamérica, «Que creyeron en
nuestro país y en nuestra gente, y que por creer se jugaron la vida» (Galeano,
E., s.f). Es importante no olvidar que si no aparecen en la historia es por que
posiblemente los desaparecieron.
En la historia de América Latina hay muchos llamados a ser y a
hacer. En cada periodo, se encuentran llamados particulares en cada país,
instituciones como la iglesia y los militares. También, hay llamados a ser y a
hacer abstractos, como el liberalismo y el neoliberalismo. En sí mismos, los
llamados no deberían ser un problema en la historia latinoamericana. El
problema radica que la historia es solo de ellos porque el resto no tenían voz
ni participación real y a aquellos que la tenían les cortaban la lengua y también
las manos, por si acaso. Es evidente, que los llamados a ser y a hacer en la
historia latinoamericana cambian de rostro, de figura y de discurso según las
condiciones en las que se encuentren. Los criollos en el siglo XIX, dictaduras,
populismos e izquierdas en el siglo XX, intervencionismo extranjero en ambos siglos.
Es evidente desde el siglo XXI que esta situación se sigue reproduciendo. En
general, las condiciones siempre van a ser propicias para que nosotros, los
comunes y corrientes, estemos como ausentes a la merced de quienes escriben la
historia. Ese es el problema, estar como ausente. En otra reflexión yo
decía, en el «desarrollo» no
caben todos, ni siquiera la mitad, ni siquiera en el siglo XX y ni siquiera en
el XXI. Los que caben muchas veces no están aquí
y los que lo permiten, muchas veces son quienes gobiernan. Pero, ¿Quiénes permiten ese gobierno y esa forma de
gobernar? ¿Quiénes no se informan? ¿Quienes no actúan? ¿Quiénes no se
movilizan? ¿Quiénes no proponen? Es cierto que al intentar hacerlo las condiciones
serán duras, pero si no lo hacemos no nos arriesgamos a
escribir otra historia, a hacer las cosas de diferente manera para obtener
diferentes resultados. No hablo de hacer la revolución, hablo de ejercer un compromiso participativo
activo en lo que nos compromete, a nosotros y a los otros. No podemos permitir
que la identidad latinoamericana sea no tener una. Debemos construir una Latinoamérica
de todos y no estar como ausente en la Latinoamérica de los llamados a ser y a
hacer.
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