domingo, 31 de mayo de 2015

Dependencia: Demanda y deuda externa de América Latina del siglo XIX

Por Angie Cepeda

En mi primera clase de Historia de América Latina del siglo XIX la docente pidió a los estudiantes definir a América Latina en tres palabras. Después de mucho pensarlo dije subdesarrollo con ironía. Otro docente dijo la grandeza de una nación no se mide por su «desarrollo» sino por su capacidad de autosostenerse. Y es allí, donde surge una pregunta que me atraviesa,
¿Cómo ostentar a la grandeza, a lo grande y a lo grandote, cuándo se camina de forma dependiente, cuando se lleva a cuesta un contrato y una deuda?



La historia de América Latina del siglo XIX está marcada por formas de gobierno, formas ciudad, formas de contarse y contar, formas de adaptar, formas de imitar, formas que resultaron a fin de cuentas en conflicto y en cambio. Después de la independencia las nuevas naciones se encontraban en una posición de incertidumbre (debido a la falta de experiencia), y ante esto, la elección fue mirar a aquellas naciones modelo. Por ello, lucharon por estar a la altura de estás, suplantaron su realidad cultural, su patrimonio material fue una copia del extranjero y adquirieron una segunda dependencia, una segunda colonización. Es esta dependencia una característica que atraviesa a América Latina, porque a pesar de ser reconocida principalmente en el plano económico ligado a la demanda extranjera donde el crecimiento estaba condicionado por las fluctuaciones del mercado exterior; y a la deuda externa ya sea la adquirida por la independencia o por las posteriores inversiones extranjeras tiene naturalmente repercusiones en todos los ámbitos. Ámbitos como la ideas y política, migración, las formas de trabajo, la tenencia de la tierra, (comunidades indígenas o de la iglesia) estaban directamente relacionados con la demanda y la presión que ejercía la deuda. Todos los procesos que procuró y vivió América Latina tenían intereses económicos, dado que eran estos los que repercutían en las formas de vida y determinaba en gran medida los avances o conflictos que allí se desataban.

Desde la independencia política ya existían los primeros vestigios de dependencia económica, puesto que para dicho proceso había sido necesario el capital extranjero que Gran Bretaña y Estados Unidos aportó, es decir, la independencia no se financio por sus propios recursos y por ello iniciaron endeudados. «La política de empréstitos internacionales agudizó el proceso de la dependencia. Este sistema crediticio permitió a las metrópolis no sólo cobrar altos intereses, sino también presionar sobre los gobiernos para obtener mayores ventajas comerciales. Por eso, la historia de la deuda externa es parte consustancial de la historia del proceso de la dependencia» (Apud Noy, s.f). Dado que estás nuevas naciones se presumían ricas en oro y plata «los banqueros londinenses ardían en deseo de prestar su dinero a naciones aparentemente tan ricas» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág. 252). Fue a causa de estos primeros prestamos que la naciones a inicio de siglo tenían una falsa y efímera sensación de bienestar económico, pero tan pronto como se dejaron de pagar los prestamos cesaron los créditos y «existía un precario equilibrio entre las importación y lo que Latinoamérica podía pagar con lo que exportaba» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág. 184).

A pesar de ser naciones independientes políticamente aun poseían una economía colonial enclave y los dirigentes reforzaron la función de exportadores de materias primas, de graneros del mundo. Se exportaba materia prima y se dependía de la demanda existente de los países consumidores. Eran pocos los productos que América Latina ofrecía que Europa o Estados Unidos no pudieran obtener ya de ellos mismos o sus colonias, cada producto único era cultivado de forma única también, esto explica el porqué del monocultivo, los consideraban más seguros y productivos; aunque esto también hizo más dependientes a las nuevas naciones porque estaban sujetas al mercado exterior. «La división internacional del capital-trabajo agudizó el proceso de dependencia porque en el reparto mundial, impuesto por las grandes potencias, a nuestros países les correspondió jugar el papel de meros abastecedores de materias primas básicas y de importadores de productos industriales» (Apud Noy). Por ejemplo, Centroamérica tenía un mercado de tintes naturales (cochinilla, añil, campeche),  tintes que fueron reemplazados unos más baratos que se producían en India. Esto significó un golpe mortal para la economía centroamericana. La región andina también estuvo sujeta a las fluctuaciones del mercado. Cuando cayó la demanda del café tuvo que adoptar una tabaquera. Brasil dependía del azúcar y cuando cayó el boom a causa de otros mercados como el cubano, se vio obligado a buscar la salvación en la libre entrada de azúcar en el mercado de Gran Bretaña. Fue por ello, que en 1822 estuvieron dispuestos renunciar al mercado de esclavos para que esto fuera posible.

Esto evidencia, que tener una economía enclave con un solo producto estrella, hace a las naciones dependientes de las fluctuaciones y la demanda del mercado exterior, si el centro se cae, se cae todo. Es esa misma condición de mercado la que limitó en inicio el crecimiento industrial de América Latina. «En 1830 luego de la etapa independentista, era claro que Estados Unidos e Inglaterra trazarían el camino que habría de seguir el mundo industrializado (Miño, pág. 345)».

En aras de mejorar estos procesos económicos y la comercialización de los productos se busco 1) mejorar la producción y 2) conseguir mayor capital extranjero (puesto que era este el que solucionaba problemas). Estas dos premisas están indudablemente relacionadas y lo que se hizo en busca de estos objetivos, influía en los mismos. Por ejemplo, para mejorar la producción era necesaria la mano de obra y el uso eficiente de la tierra, por ello se cuestionaron y se persiguieron las formas de vida  indígena (los cuales eran reclutados a la fuerza para trabajar en la construcción de caminos, en las plantaciones y en las minas) y las tierras comunales de la iglesia, pues estas no convenían con el modelo liberal. Del mismo modo, la inmigración y las políticas de inmigración no fueron solo por culturizar ciudades, el principal fin era obtener trabajadores cualificados. Al crecer la  producción era necesario comercializar el excedente fácilmente, por ello también se implantaron políticas liberalistas que posibilitaban el tráfico. Cada boom de un producto significaba mayor inversión de capital extranjero (capital británico, francés y posteriormente el norteamericano) y eso ayudaba a el desarrollo tecnológico de las nuevas naciones latinoamericanas. Este desarrollo debía facilitar la economía tanto en exportación como importación de productos, por ello se construyeron sistemas de transporte como el ferrocarril y el barco, todo financiado con capital extranjero. Así mismo, en busca de atraer mayor capital extranjero se modernizaron y «culturizaron» las ciudades. Es decir, toda la fase de modernización permitió que la economía creciera pero no que se desarrollara, si bien había mayor ganancia también aumentaba la deuda exterior, de nuevo, solo reforzaba y facilitaba la dependencia hacia las economías fuertes y poderosas sin concebirse ni posibilitarse la industrialización propia que mermara la situación de dependencia. «No podía haber un proceso de industrialización, puesto que fueron las economías más avanzadas — con mercados grandes y bien integrados, con capacidad de acumulación y movilización de capital—  las primeras en industrializarse». (Haber, 1990 pág. 83, en Miño, pág. 367).

Lo anterior se puede evidenciar en los siguientes ejemplos. En Centroamérica se pereció por el imperio británico, la potencia quería construir canales navegables y aunque la federación de provincias de Centroamérica se abstenían y «contemplaban al reino títere con temor y odio» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág. 274) tuvieron que acceder por la intervención británica en la zona, derechos que se atribuían por el no pago de la deuda federal; esto fragmento profundamente a las naciones.  La economía mexicana estuvo en manos de ingleses y norteamericanos; no se basó solo en un producto (tenían caucho, cueros, café, plomo, ganado vacuno, vainilla, garbanzos, maderas finas, petróleo, entre otros), lo cual permitió que tuviera ciertas ventajas con respecto al mercado mundial, aun así el mercado continuaba regulado por la demanda, muchas veces, aumentaban los costos de las importaciones y bajan los de las exportaciones. Es el caso de los terratenientes de Yucatán «fueron empresarios de esa misma región,  yucatecos controlaban las plantaciones, pero los intereses norteamericanos controlaban el crédito y regularon la demanda» (Hammett, 2008, pág. 328). En el caso peruano, para vísperas de la Guerra del Pacífico, el país ya estaba en bancarrota a causa de que los servicios aduaneros no cubrían los gastos del estado ni de la deuda exterior que crecía con los nuevos créditos. Otro ejemplo peruano fue cuando La Cerro de Pasco Investment Company compraron y controlaron más de cien minas de carbón «el resultado de este proceso fue que los empresarios nacionales perdieron el control del principal recurso natural del país, que pasó así a manos de una poderosa compañía extranjera. Sin embargo, las élites regional y nacional compartían los beneficios y, en alianza con los inversionistas extranjeros, se enriquecieron y vieron fortalecido su control político del país» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág. 333). En Bolivia, se observa como la falta de capital impidió la recuperación de las minas bolivarianas de plata, después de la recuperación y de la inversión extranjera, nuevas fluctuaciones hizo que entraran en crisis de la cual solo salieron con el desarrollo de la industria de estaño. En chile, el sector de los nitratos se convirtió en la mayor fuente de ingresos, pero gran parte de la industria estaba controlada por inversionistas británicos. En Argentina, la inversión británica estuvo en los frigoríficos y lo productos agropecuarios, también (como en otras zonas de la región) en los ferrocarriles, donde si bien aumento el trafico y la rentabilidad, también se extendió el grado de la inversión británica en Argentina «que incluía hipotecas, cédulas, créditos y aun la compra de bienes raíces para criar ganado» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág. 323).

La deuda externa condicionaba a las naciones de América Latina a prestar utilidades, intereses y otros egresos que garantizaron el retorno de capital a los países prestamistas. Fue esta misma deuda por la que se produjo las crisis de 1878, cuando se debilitaron los precios de las exportaciones países latinoamericanos como Honduras, Costa Rica, La república dominicana, Paraguay, Costa Rica, La República Dominicana, Paraguay, Bolivia, Guatemala, Uruguay, Perú, Argentina, Chile y Colombia se vieron afectados (Glade, 2002, pág. 56). Fue la deuda externa de Argentina la condujo a la crisis de 1890, la que puso en evidencia la fragilidad económica del liberalismo y cuestiono la hegemonía de su conducción autocrática (Gutiérrez, 1997).
La relación económica entre deuda y mercado externo determinaba lo social, si la economía era estable se podían reducir los impuestos y por ende disminuían los conflictos políticos y aumentaba el trabajo, así era más aceptado el régimen vigente. Así mismo a final de siglo, la presión económica llevaba a que en las industrias se aumentaran las horas de trabajo bajo condiciones precarias y se da inicio a las primeras conformaciones sindicales. De forma repetitiva el mercado exterior determinaba las victorias o fracasos de los sindicados. Cuando la economía estaba en auge se les daba pequeños beneficios a los trabajadores para que volvieran a sus oficios, no se podía detener por ninguna razón la producción. Sin embargo, con el descenso de la economía iniciaba de nuevo la represión y se perdían las ventajas económicas.

Al no tener industrias (si puede llamar industria) propias, América Latina fue clave para el mercado de artículos manufacturados provenientes de Estados Unidos y Europa, y aunque en México existieron iniciativas y procesos en manufacturas textiles, fracasaron por tres factores, uno de ellos el mercado externo.

Joaquin Torres García - América invertida 
Para entender estos procesos es importante mirar , quien lideraba la economía, de quienes eran los proyectos, ayuda a entender por qué los nombres de esta historia son los icónicos, y no los de las masas, que tal vez no estaban muy de acuerdo con esas políticas, que tal vez se miraban mas a sí mismos y se pensaban desde sí mismos, y que bonito es imaginar ese nosotros, desde nosotros y para nosotros «El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!» (José Martí).

Es debatible que la dependencia sea un anacronismo, considero que si bien muchas de las causas se deben a procesos y condiciones internas, no se puede negar que la experiencia de unas naciones omitiera el hecho de querer sacar provecho de unas que apenas nacían, para ello es útil revisar la posición discursiva de quienes atribuyen que «hablar de dependencia es como mínimo una exageración» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág. 53) «Echar la culpa de su situación de “subdesarrollo” a los imperialistas extranjeros es gratuito; las razones hay que buscarlas dentro de la propia región» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág. 54). Es una cuestión de la que nunca se tendrá absoluta certeza, sobre todo porque son pocos los que construyen un discurso riguroso, son pocos los que cuentan la historia, una historia que de nombres ambiguos donde el historiador al pronunciarse inevitablemente expone su posición, «un lugar de enunciación» (Durán, 2015, Clase de América Latina siglo XIX) que resulta hegemónico.

Así mismo, desde mi posición considero que si existió y existe dependencia, y esta es transversal a América Latina por que la quebrantaba, la divide, la clasifica, la humilla, la expropia de sí misma, la incapacita para generar procesos que le den la absoluta independencia y autosuficiencia. Esta dependencia económica la confina a nuevas formas de esclavitud porque las expropia a las naciones de su derecho de dirigirse  a sí mismas libremente (puesto que se encuentran condicionadas por deudas antiguas), que duran y perduran, porque como se dice coloquialmente se destapa un hueco para llenar otro. Deudas por las que hoy se condicionan las decisiones políticas. Deudas por la que hoy estamos  jodidos, rejodidos. Por ende, la historia de América Latina del siglo XIX dice mucho sobre nuestra situación actual, es el porqué de los porqués, el «en cambio ahora…también» (Durán, 2015, Clase de América Latina siglo XIX).

Bibliografía

Bushnell, D., & Macaulay, N. (1989). (Capítulo 2) «Formación de un nuevo sistema político), (Capitulo 8) «Latinoamérica a mitad de siglo: un rápido proceso de cambio» y (Capítulo 13) «La herencia liberal y la búsqueda del desarrollo» en El nacimiento de los países latinoamericanos. Madrid: Nerea.
Glade, W. (2002). «América Latina y la economía internacional, 1870-1914» en Historia economica de América Latina, desde la independencia hasta nuestros días. Barcelona: Editorial Crítica.
Gutierrez, R. (1997) Arquitectura y urbanismo en Iberoamérica. Madrid: Cátedra S.A
Hammett, B. (2008). «La regeneración 1875-1900 Primera parte». En Lucena, M, Historia de Iberoamérica (Vol. 3, págs. 360-400).Madrid: Cátedra.
Hall, M., & Spalding, H. (1990). «La clase trabajadora urbana y los primeros movimientos obreros en América Latina 1880-1930». En Bethell, L,. [Editor] Historia de América Latina. Volumen 8. Barcelona: Crítica.
Henrique Cardoso, F., & Faletto, E. (1977). Dependencia y desarrollo en América Latina.
Buenos Aires: Siglo XIX editores S.A.
Miño, M. (Capítulo 2) «Los avatares de la manufactura y los orígenes de la industria moderna» en Historia general de América Latina. Volumen 6. Ediciones Unesco y Hall.
Cibergrafía

Apud Noy, Y.R.: Exportación de capitales hacia América latina, dependencia y subdesarrollo, en Observatorio de la Economía Latinoamericana, Nº 153, 2011. Recuperado el 19 de mayo de 2015 en http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/la/

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