Por Angie Cepeda
En mi primera clase de Historia de América Latina
del siglo XIX la docente pidió a los estudiantes definir a América Latina en
tres palabras. Después de mucho pensarlo dije subdesarrollo con ironía. Otro
docente dijo la grandeza de una nación no
se mide por su «desarrollo» sino por su capacidad de autosostenerse. Y es
allí, donde surge una pregunta que me atraviesa,
¿Cómo ostentar a la grandeza, a lo grande y a lo
grandote, cuándo se camina de forma dependiente, cuando se lleva a cuesta un
contrato y una deuda?

Desde la independencia política ya existían los primeros vestigios
de dependencia económica, puesto que para dicho proceso había sido necesario el
capital extranjero que Gran Bretaña y Estados Unidos aportó, es decir, la
independencia no se financio por sus propios recursos y por ello iniciaron endeudados. «La política de empréstitos internacionales agudizó el
proceso de la dependencia. Este sistema crediticio permitió a las metrópolis no
sólo cobrar altos intereses, sino también presionar sobre los gobiernos para
obtener mayores ventajas comerciales. Por eso, la historia de la deuda externa
es parte consustancial de la historia del proceso de la dependencia» (Apud Noy, s.f). Dado que estás nuevas
naciones se presumían ricas en oro y plata «los banqueros londinenses ardían en
deseo de prestar su dinero a naciones aparentemente tan ricas» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág. 252). Fue a causa de estos primeros prestamos que la
naciones a inicio de siglo tenían una falsa y efímera sensación de bienestar económico,
pero tan pronto como se dejaron de pagar los prestamos cesaron los créditos y
«existía un precario equilibrio entre las importación y lo que Latinoamérica
podía pagar con lo que exportaba» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág. 184).
A pesar
de ser naciones independientes políticamente
aun poseían una economía colonial enclave y los dirigentes reforzaron la
función de exportadores de materias primas, de graneros del mundo. Se exportaba materia prima y se dependía de la
demanda existente de los países consumidores. Eran pocos los productos que América
Latina ofrecía que Europa o Estados Unidos no pudieran obtener ya de ellos
mismos o sus colonias, cada producto único
era cultivado de forma única también,
esto explica el porqué del monocultivo, los consideraban más seguros y
productivos; aunque esto también hizo más dependientes a las nuevas naciones
porque estaban sujetas al mercado exterior. «La
división internacional del capital-trabajo agudizó el proceso de dependencia
porque en el reparto mundial, impuesto por las grandes potencias, a nuestros
países les correspondió jugar el papel de meros abastecedores de materias
primas básicas y de importadores de productos industriales» (Apud Noy). Por ejemplo,
Centroamérica tenía un mercado de tintes naturales (cochinilla, añil,
campeche), tintes que fueron reemplazados unos más baratos
que se producían en India. Esto significó un golpe mortal para la economía centroamericana.
La región andina también estuvo sujeta a las fluctuaciones del mercado. Cuando cayó
la demanda del café tuvo que adoptar una tabaquera. Brasil
dependía del azúcar y cuando cayó el boom
a causa de otros mercados como el cubano, se vio obligado a buscar la salvación
en la libre entrada de azúcar en el mercado de Gran Bretaña. Fue por ello, que
en 1822 estuvieron dispuestos renunciar al mercado de esclavos para que esto
fuera posible.
Esto evidencia, que tener una economía enclave con un solo producto estrella, hace a las naciones dependientes de las fluctuaciones y la demanda del
mercado exterior, si el centro se cae, se cae todo. Es esa misma condición de
mercado la que limitó en inicio el crecimiento industrial de América Latina. «En 1830 luego de la etapa independentista,
era claro que Estados Unidos e Inglaterra trazarían el camino que habría de
seguir el mundo industrializado (Miño, pág. 345)».
En aras de mejorar estos
procesos económicos y la comercialización de los productos se busco 1) mejorar
la producción y 2) conseguir mayor capital extranjero (puesto que era este el
que solucionaba problemas). Estas dos premisas están indudablemente
relacionadas y lo que se hizo en busca de estos objetivos, influía en los
mismos. Por ejemplo, para mejorar la producción era necesaria la mano de obra y
el uso eficiente de la tierra, por ello se
cuestionaron y se persiguieron las formas de vida indígena (los cuales eran reclutados a la
fuerza para trabajar en la construcción de caminos, en las plantaciones y en
las minas) y las tierras comunales de la iglesia, pues estas no convenían con
el modelo liberal. Del mismo modo, la inmigración y las políticas de inmigración no fueron
solo por culturizar ciudades, el principal fin era obtener trabajadores
cualificados. Al crecer la producción
era necesario comercializar el excedente fácilmente, por ello también se implantaron
políticas liberalistas que posibilitaban el tráfico. Cada boom de un producto significaba mayor
inversión de capital extranjero (capital británico, francés y posteriormente el
norteamericano) y eso ayudaba a el desarrollo tecnológico de las nuevas
naciones latinoamericanas. Este desarrollo debía facilitar la economía tanto en
exportación como importación de productos, por ello se construyeron sistemas de
transporte como el ferrocarril y el barco, todo financiado con capital
extranjero. Así mismo, en busca de atraer mayor capital extranjero se
modernizaron y «culturizaron» las ciudades. Es decir, toda la fase de
modernización permitió que la economía creciera pero no que se desarrollara, si
bien había mayor ganancia también aumentaba la deuda exterior, de nuevo, solo
reforzaba y facilitaba la dependencia hacia las economías fuertes y poderosas
sin concebirse ni posibilitarse la industrialización propia que mermara la
situación de dependencia. «No podía haber un proceso
de industrialización, puesto que fueron las economías más avanzadas — con mercados
grandes y bien integrados, con capacidad de acumulación y movilización de
capital— las primeras en industrializarse». (Haber, 1990
pág. 83, en Miño, pág. 367).
Lo anterior se puede
evidenciar en los siguientes ejemplos. En
Centroamérica se pereció por el imperio británico, la potencia quería construir
canales navegables y aunque la federación de provincias de Centroamérica se
abstenían y «contemplaban al reino títere con temor y odio» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág. 274)
tuvieron que acceder por la intervención británica en la zona, derechos que se
atribuían por el no pago de la deuda federal; esto fragmento profundamente a
las naciones. La economía mexicana estuvo en manos de
ingleses y norteamericanos; no se basó solo en un producto (tenían caucho,
cueros, café, plomo, ganado vacuno, vainilla, garbanzos, maderas finas,
petróleo, entre otros), lo cual permitió que tuviera ciertas ventajas con
respecto al mercado mundial, aun así el mercado continuaba regulado por la demanda, muchas veces, aumentaban los costos de las
importaciones y bajan los de las exportaciones. Es el caso de los terratenientes de Yucatán «fueron
empresarios de esa misma región,
yucatecos controlaban las plantaciones, pero los intereses
norteamericanos controlaban el crédito y regularon la demanda» (Hammett, 2008, pág. 328). En el caso peruano, para
vísperas de la Guerra del Pacífico, el país ya estaba en bancarrota a causa de
que los servicios aduaneros no cubrían los gastos del estado ni de la deuda
exterior que crecía con los nuevos créditos. Otro ejemplo peruano fue cuando La
Cerro de Pasco Investment Company compraron y controlaron más de cien minas de
carbón «el resultado de este proceso fue que los empresarios nacionales
perdieron el control del principal recurso natural del país, que pasó así a
manos de una poderosa compañía extranjera. Sin embargo, las élites regional y
nacional compartían los beneficios y, en alianza con los inversionistas
extranjeros, se enriquecieron y vieron fortalecido su control político del país» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág.
333). En Bolivia, se observa como la falta de capital impidió la recuperación
de las minas bolivarianas de plata, después de la recuperación y de la
inversión extranjera, nuevas fluctuaciones hizo que entraran en crisis de la
cual solo salieron con el desarrollo de la industria de estaño. En chile, el
sector de los nitratos se convirtió en la mayor fuente de ingresos, pero gran
parte de la industria estaba controlada por inversionistas británicos. En
Argentina, la inversión británica estuvo en los frigoríficos y lo productos
agropecuarios, también (como en otras zonas de la región) en los ferrocarriles,
donde si bien aumento el trafico y la rentabilidad, también se extendió el
grado de la inversión británica en Argentina «que incluía hipotecas, cédulas,
créditos y aun la compra de bienes raíces para criar ganado» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág.
323).
La deuda
externa condicionaba a las naciones de América Latina a prestar utilidades, intereses y otros egresos que
garantizaron el retorno de capital a los países prestamistas. Fue esta misma deuda por la que se
produjo las crisis de 1878, cuando se debilitaron los precios de las
exportaciones países latinoamericanos como Honduras, Costa Rica, La república
dominicana, Paraguay, Costa Rica, La República Dominicana, Paraguay, Bolivia,
Guatemala, Uruguay, Perú, Argentina, Chile y Colombia se vieron afectados
(Glade, 2002, pág. 56). Fue la
deuda externa de Argentina la condujo a la crisis de 1890, la que puso en evidencia la fragilidad económica del
liberalismo y cuestiono la hegemonía de su conducción autocrática (Gutiérrez,
1997).
La relación económica entre
deuda y mercado externo determinaba lo social, si la economía era estable se
podían reducir los impuestos y por ende disminuían
los conflictos políticos y aumentaba el trabajo, así era más aceptado el
régimen vigente. Así mismo a final de siglo, la presión económica llevaba a que
en las industrias se aumentaran las horas de trabajo bajo condiciones precarias
y se da inicio a las primeras conformaciones sindicales. De forma repetitiva el
mercado exterior determinaba las victorias o fracasos de los sindicados. Cuando
la economía estaba en auge se les daba pequeños beneficios a los trabajadores
para que volvieran a sus oficios, no se podía detener por ninguna razón la
producción. Sin embargo, con el descenso de la economía iniciaba de nuevo la represión
y se perdían las ventajas económicas.
Al no tener industrias (si
puede llamar industria) propias, América Latina fue clave para el mercado de artículos manufacturados provenientes de
Estados Unidos y Europa, y aunque en México existieron iniciativas y procesos
en manufacturas textiles, fracasaron por tres factores, uno de ellos el mercado
externo.
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Joaquin Torres García - América invertida |
Es debatible que la dependencia
sea un anacronismo, considero que si bien muchas de las
causas se deben a procesos y condiciones internas, no se puede negar que la
experiencia de unas naciones omitiera el hecho de querer sacar provecho de unas
que apenas nacían, para ello es útil revisar la
posición discursiva de quienes atribuyen que «hablar de dependencia es como
mínimo una exageración» (Macaulay & Bushnell, 1989, pág.
53) «Echar la culpa de su situación de “subdesarrollo” a los imperialistas
extranjeros es gratuito; las razones hay que buscarlas dentro de la propia
región» (Macaulay & Bushnell,
1989, pág. 54). Es una cuestión de la que nunca
se tendrá absoluta certeza, sobre todo porque son pocos los que construyen un
discurso riguroso, son pocos los que cuentan la historia, una historia que de
nombres ambiguos donde el historiador al pronunciarse inevitablemente expone su
posición, «un lugar de enunciación» (Durán,
2015, Clase de América Latina siglo XIX) que
resulta hegemónico.
Así
mismo, desde mi posición considero que si existió y existe dependencia, y esta
es transversal a América Latina por que la quebrantaba, la divide, la
clasifica, la humilla, la expropia de sí misma, la incapacita para generar
procesos que le den la absoluta independencia y autosuficiencia. Esta
dependencia económica la confina a nuevas formas de esclavitud porque las
expropia a las naciones de su derecho de dirigirse a sí mismas libremente (puesto que se
encuentran condicionadas por deudas antiguas), que duran y perduran, porque
como se dice coloquialmente se destapa un
hueco para llenar otro. Deudas por las que hoy se condicionan las
decisiones políticas. Deudas por la que hoy estamos jodidos, rejodidos. Por
ende, la historia de América Latina del siglo XIX dice mucho sobre nuestra
situación actual, es el porqué de los porqués, el «en cambio ahora…también» (Durán, 2015, Clase de América Latina
siglo XIX).
Bibliografía
Bushnell, D., &
Macaulay, N. (1989). (Capítulo 2) «Formación
de un nuevo sistema político), (Capitulo 8) «Latinoamérica a mitad de siglo: un
rápido proceso de cambio» y (Capítulo 13) «La herencia
liberal y la búsqueda del desarrollo» en El nacimiento de los países
latinoamericanos. Madrid: Nerea.
Glade, W. (2002). «América Latina y la
economía internacional, 1870-1914» en Historia
economica de América Latina, desde la independencia hasta nuestros días.
Barcelona: Editorial Crítica.
Gutierrez, R. (1997)
Arquitectura y
urbanismo en Iberoamérica. Madrid: Cátedra S.A
Hammett, B. (2008). «La
regeneración 1875-1900 Primera parte». En Lucena, M, Historia de Iberoamérica (Vol. 3, págs. 360-400).Madrid: Cátedra.
Hall, M., &
Spalding, H. (1990). «La clase trabajadora urbana y los primeros movimientos
obreros en América Latina 1880-1930». En Bethell, L,. [Editor] Historia de América Latina. Volumen 8.
Barcelona: Crítica.
Henrique Cardoso, F.,
& Faletto, E. (1977). Dependencia y
desarrollo en América Latina.
Buenos Aires: Siglo XIX
editores S.A.
Miño, M. (Capítulo 2) «Los avatares de la manufactura y los orígenes
de la industria moderna»
en Historia general de América Latina.
Volumen 6. Ediciones Unesco y Hall.
Cibergrafía
Apud Noy, Y.R.: Exportación de capitales hacia América latina, dependencia y
subdesarrollo, en Observatorio de la Economía Latinoamericana, Nº
153, 2011. Recuperado el 19 de mayo de 2015 en http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/la/
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